Más allá del abambaé y del tupambaé…El tupambaé era el extenso terreno -centenares y miles de hectáreas- que pertenecían a la comunidad y estaban más alejados de la población y de los cultivos del abambaé. Antes de la partida para trabajar en esas tierras, el sacerdote explicaba a los guaraníes cuál era el propósito de esas labores y oraban dando gracias a Dios.
Durante cuatro a seis horas, dos veces por semana, los indígenas que tenían entre dieciocho y cincuenta años de edad, debían ir a trabajar a las sementeras y han reiterado que mientras hacían ese recorrido entonaban canciones.
Si era necesario por las condiciones climáticas, en el tupambaé trabajaban más de tres días por semana y así sucedía durante el tiempo de las cosechas, cuando todos colaboraban porque los beneficios que se obtenían en esas explotaciones, eran destinados a los gastos del Culto Católico: construcciones y mantenimiento de las capillas, adquisición de objetos para ceremonias religiosas; manutención de los sacerdotes y también para la compra de las herramientas de trabajo.
Cuando la producción del abambaé era insuficiente se utilizaban los recursos del tupambaé y también en épocas de epidemias, parte de esos bienes se destinaban a la comunidad afectada. Separaban una parte de la producción para repartir entre los ancianos, viudas, huérfanos e inválidos.
Los excedentes eran depositados hasta el momento del comercio con Asunción del Paraguay, Corrientes, Buenos Aires, Santa Fe… y con esos recursos, pagaban el tributo anual al Rey, ya que al no prestar servicio personal a encomenderos, estaban obligados a una contribución anual por persona que no podía ser en especies sino en “plata”. Como en las Reducciones no había moneda, necesitaban obtenerla afuera. También era frecuente el trueque entre distintas poblaciones.
En las reducciones de La Cruz, San Francisco de Borja, San Juan Bautista San Lorenzo, San Luis San Miguel -20.000 km2-, San Nicolás, Santo Ángel, Santo Tomé y Yapeyú -la mayor de todas, de 300 x 600 kilómetros-, había campos aptos para el pastoreo de equinos, ovinos y vacunos obteniéndose el cuero necesario para diversos usos y artesanías. La producción agrícola resultó óptima en Candelaria, Jesús, Itapúa, San Cosme y Damián, San Ignacio Guazú, San Ignacio Miní, Santa Ana, Santa María de Fe, Santa Rosa, Santiago y Trinidad.
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